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La Calamidades que pasa una profesora de campo


Sonriente va la profesora Juana por el camino de Las Lagunetas.

Salta piedras y levanta polvo en tiempos de seca, o bate fango y cruza las aguas elevadas de un riachuelo si los días son de lluvia.

Su cuerpo prominente hace que el motor “70” que usa para transportarse parezca un forzado juguete, cuando en realidad
 es el único medio que tiene para impartir dos tandas de clase en la escuela multigrado de esta rural y pobre comunidad de San José de Ocoa.

No necesita desmontarse del motor para que alguien salga a su encuentro. Niños y adultos la reconocen en la distancia, porque ven en su figura la figura de la escuela.

“Tenemos veinticuatro estudiantes, doce en la mañana y doce en la tarde. Solamente damos clase hasta el sexto grado. Cuando los muchachos llegan a ese nivel tienen que irse a la escuela de Arroyo Palma”, dice la profesora y directora de la escuela “Desiderio Andujar” con su voz suave y pausada.

El centro educativo sólo tiene un aula, donde niños y adolescentes de diferentes niveles reciben formación simultáneamente.

La distancia entre cada curso puede ser de uno o dos mosaicos del piso. Y
 los recursos materiales colindan entre el Texto Integrado del Ministerio de Educación y todo lo que la creatividad de la maestra pueda conseguir.

Las computadoras, radios, videos y demás herramientas tecnológicas recomendadas en los nuevos manuales sólo son instrucciones en papel.

Las condiciones materiales de las familias de Las Lagunetas apenas permiten la subsistencia. Por esta parte del planeta las palabras Internet, computadora, globalización y video conferencia resultan exóticas, aunque se sean empleadas con toda naturalidad entre los libros.

En la escuela tampoco hay espacio de recreación deportiva, ni cocina para preparar el desayuno escolar, cuyas raciones suelen ser menores que la cantidad de bocas infantiles.

Por falta de espacio, los alimentos se preparan en la oficina de la Dirección.

Acompañante Juana Franco Mateo está atenta a cada uno de sus alumnos.
 Conoce a sus padres y los mantiene al tanto de los avances y retrocesos experimentados.

Las limitaciones de recursos observadas en su escuela no borran su sonrisa. Hace ochos años comenzó a trabajar en esta comunidad. Y ya es una experta en superar los obstáculos del camino.

“Cuando llueve, salgo de mi casa con dos pares de zapatos: uno para correr el motor, y otro para entrar a la escuela”, cuenta la maestra Juana sin asumir postura, como si la peligrosa odisea fuera una broma. A su lado alguien dice que, a pesar de la lluvia o el polvo,
 la profe siempre mantiene la escuelita limpia, como un percal. La afirmación se valida con un mirada de reconocimiento por el aula-escuela. Se ve limpia y ordenada, como un percal.



por Francisco Casado Arias

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